El New York Times informó que la Film Society del Lincoln Center, en Manhattan, acaba de estrenar la restauración digital de una de las obras cumbres de la cinematografía rusa, «…tal vez la mayor épica que se haya hecho jamás» (en palabras de la propia Sociedad): La guerra y la paz (1967), de Serguéi Bondarchuk.
El autor de la nota, Joshua Barone, explica que el Gobierno soviético ordenó la producción en respuesta al éxito que tuvo en Rusia una adaptación distinta (por supuesto, estadounidense, con participación de Italia) de la misma película, la del director King Vidor, con Henry Fonda, Audrey Hepburn y Mel Ferrer en los papeles estelares (1956). Corrían los años de la Guerra Fría, y millones de rusos habían visto (y gozado) la versión hollywoodense de un «tesoro nacional». En una carta abierta publicada en la prensa, muchos de los mayores realizadores rusos dijeron: «Es una cuestión de honor para la industria del cine soviética producir una película que supere la estadounidense-italiana tanto en mérito artístico como en autenticidad».
La autoridad rusa encargó el proyecto a Mosfilms, una casa productora de larga data y notable trayectoria. Eligieron de director a Bondarchuk (quien, por cierto, era un actor afamado pero sólo había estado a cargo de una película) y pusieron a su disposición todos los recursos necesarios. Todos. «Un presupuesto virtualmente ilimitado, enseres de los grandes museos de Rusia, miles de extras del ejército soviético, y secuencias de batallas simuladas por ingenieros […]». Tan sólo en auditar y reunir el elenco, Bondarchuk tardó un año.
En una nota del 20 de febrero de 1967, Der Spiegel detalló: «[El director] hizo que los historiadores [reclutados] reconstruyeran las batallas de Schöngrabern, Austerlitz y Borodino; los ejércitos de la película (70,000 guardias rojos y un general) entrenaron de acuerdo a las regulaciones antiguas, marcharon en la formación original (los rusos, 75 pasos por minuto; los franceses, 120), en uniformes auténticos y al compás de la música de campo verdadera. Los campos de batalla se recrearon con 400,000 litros de queroseno ardiente».

Realizado a lo largo de siete años (1961-1967), se estima que el proyecto costó 70 millones de dólares de entonces, el equivalente, según la nota, a 700 millones de los de hoy. Fue el más caro en la historia de la filmografía soviética. Y lo valió. A una novela que en sus ediciones más apretadas no tiene menos de 1,000 páginas, correspondió una película de más de siete horas (434 minutos). La Film Society habla de «[…] un despliegue exquisito de espectáculo y realismo, de lo político y lo personal, que persiste como un logro monumental del cine».
La inversión, dice Barone, se nota en cada una de las «suntuosas escenas». Pero además de grandiosa, la película es, a juzgar por la nota, bella y efectiva. Alterna el espectacular despliegue épico con episodios conmovedores de recogimiento personal y familiar, y —lo que es tal vez más importante— los recursos cinematográficos logran sumir al espectador en los lugares físicos y en las hondas almas de los personajes.

La Guerra y la Paz ganó el premio de la Academia a la mejor película extranjera, el Grand Prix del Festival Internacional de Cine de Moscú y el Golden Globe a la mejor película en lengua extranjera, entre otros reconocimientos.
Bondarchuk, al parecer, hizo honor a León Tolstói. Otro tanto habría que decir de la restauración. «No existía un negativo completo», explica Barone, y las ediciones disponibles hasta ahora dejaban mucho que desear. Con apoyo, otra vez, del Gobierno ruso, la misma Mosfilms tomó a su cargo la renovación, en la que invirtió un año. Fue «un proceso conducido meticulosamente, cuadro por cuadro, mediante el armado de segmentos de negativos provenientes de diferentes archivos».

La distribución la hace Janus Films. Aunque Criterion (su socia) la ofrecerá en formato casero, La guerra y la paz, por lo que advierte Barone, debe verse en la pantalla grande. Esto es tal vez cierto para cualquier película, pero cobra particular sentido en el caso de una obra épica que destaca por la monumentalidad de las escenas bélicas. El Lincoln Center la proyecta en su sala de mayor calado, el Walter Reade Theater.
Por su duración, su carácter y su relativa antigüedad —acaba de cumplir 50 años—, es muy poco probable que la obra de Bondarchuk restaurada llegue al circuito comercial mexicano. Sería fantástico poder verla en las pantallas de la Cineteca Nacional.
Una cosa es segura: al menos en este caso, la carrera armamentista cultural rindió frutos.
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