Como alguno de sus personajes, el notable autor español Javier Marías ha muerto de manera inesperada. No más novelas vagas y recurrentes, no más diatribas vitales, no más traducciones buenas de su máquina de escribir. Adiós a su lucidez, a sus corrientes ocultas, a su remota ternura. La liebre lo despide con un ensayo aparecido en la revista Nexos hace tiempo. Descanse en paz.

El malestar de Marías
La obra de Javier Marías es una de recurrencias. Temas como el de los secretos y su develamiento, la muerte en cuanto precipitante (no la muerte que ha sido anticipada, sino la que trastorna y redefine) y el triángulo amoroso son parte de un eterno retorno. Son accidentes mayores del terreno existencial en el que se desarrollan las historias.
Marías fijó el catálogo de sus preocupaciones desde El hombre sentimental, al menos, y a partir de entonces no ha hecho sino desarrollarlo. No quiero decir con esto que se repita con monotonía —aunque evidentemente su narrativa transcurre como una larga salmodia y tiene un efecto hipnótico similar—. Entre una novela y otra hay cambios temáticos, pero éstos no se deben a vuelcos completos. Son resultado, más bien, de las variaciones en el peso relativo de unos cuantos asuntos.
Así, el tema del secreto, necesario en El hombre sentimental, cobra su entera dimensión en Corazón tan blanco, que gravita en torno a un ocultamiento. El triángulo amoroso abarca toda la obra del escritor, pero en Mañana en la batalla piensa en mí es orgánico. Mientras que el asunto de la suerte domina en El siglo, en novelas posteriores destaca más como medio que como fin. Marías acomete siempre el mismo paisaje humano, pero desde distintas perspectivas, de tal forma que un elemento plegado al fondo en una novela se acerca y cobra prominencia en una obra posterior, por efecto de un gradual desplazamiento, mientras que otro retrocede a un segundo o tercer plano.