Desde 2008, la National Public Radio (NPR) produce una serie de conciertos breves que tienen por escenario el área de escritorio del conductor Bob Boilen en la sede principal de la estación en Washington. Lo que vemos son libreros repletos de souvenirs, discos, libros; al cantante o grupo huésped con todo e instrumentos en el espacio de unos cinco o seis metros cuadrados, y algún corte de la mesa de trabajo. Si se trata de un solista o incluso de un dueto, el espacio es suficiente. Tres o más son multitud. Se han apiñado ahí bandas de docenas de personas. El público se reduce a la plantilla de la radiodifusora y quizás algún colado. Tiny Desk Concerts, los llaman.

Como en tantos espacios de revista, entre los invitados hay lo mismo músicos desconocidos —algunos de plano malos, otros que deparan gratas sorpresas— que famosos como Sting, Yo-Yo-Ma y Cat Stevens, y conjuntos como The Cranberries, The National y Coldplay. El material, se echa de ver, es heterogéneo. Todo tipo de corrientes, estilos y géneros (rock, jazz, cumbia, hip hop, clásica…), todos los niveles de dificultad (del pop estandarizado a las composiciones más refinadas, pasando por lo experimental), muchas nacionalidades. Esta variedad, no obstante, conoce sus límites. El indie rock, subgénero favorito de Boilen, predomina.
El lugar tan pequeño y la parca producción suponen un desafío para la mayoría de los artistas. Se trata de ejecuciones caseras y al mismo tiempo públicas en las que ni los recursos escénicos (iluminación, decorado, efectos de sonido, etcétera), ni el espectáculo (la teatralidad y los despliegues del vocalista, por ejemplo), ni la ingeniería de audio, ni ningún otro artilugio pueden disimular la incompetencia sonora. Sólo vale la música, en su versión más básica y, si se quiere, más pura. Todo debe ocurrir además en algo así como veinte minutos. Tres o cuatro canciones.

En circunstancias distintas, los músicos invitados podrían hallar tranquilidad en la austeridad del formato. No aquí. Los Tiny Desk Concerts de la NPR se han vuelto un referente en el ámbito musical anglosajón y un foro codiciado. Por un lado, han alcanzado un amplísima difusión. La presentación de Anderson .Paak ha tenido más de 61 millones de reproducciones en YouTube. La de Mac Miller, 51 millones. La de BTS, casi 30 millones. La de T-Pain, 20 millones. El total de reproducciones en YouTube y en el canal de la estación asciende a muchos cientos de millones, si no es que ya ha rebasado el billion. Tiny Desk Concerts figura en la posición dieciséis de los podcasts de música más escuchados en Apple. All Songs Considered, otra emisión de la NPR a cargo de Boilen, en la once. No es algo ocasional. Desde al menos 2016, estos programas ocupan las primeras posiciones de su tipo en las grandes plataformas. El número de conciertos debe de estar rondando los 850.
Pero no es una cuestión de cantidad solamente. Junto a incontables funciones regulares o de plano malogradas y músicos comunes y corrientes hay otros de mucha calidad. Boilen es un junkie de las tocadas en foros chicos y festivales alternativos. «Entre enero de 2013 y diciembre de 2015 tan sólo, vio 1,830 presentaciones en doce estados (e Islandia), un promedio de más de 600 al año». Ahí, ha descubierto —es un decir— a docenas de artistas y, con la catapulta de su programa, los ha proyectado. «Dio espacio a CHVRCHES, Hozier y Real Estate antes de que conocieran los públicos masivos» (Vox). Está además la relativa originalidad del formato. Tiny Desk Concerts es claro heredero de MTV Unplugged. Toma de éste la idea de la intimidad y la delimitación estricta de la instrumentación. Pero mientras que MTV se valía de una sala de conciertos, chica pero al fin y al cabo especializada, cuidaba esmeradamente la producción y convocaba a un público real, los Tiny Desk Concerts llevan siempre el signo de lo improvisado y lo frugal, y no tienen otra audiencia que la de la propia casa. Han hecho, así, escuela. Audiotree es un ejemplo de los epígonos.

Estas aportaciones a la escena musical han sido reconocidas. En un perfil de 2016, The Washington Post otorgó a Boilen el delicado título de tastemaker. En octubre de ese año, tal vez por instancias de la propia pareja presidencial, el Tiny Desk Concert se hizo por primera vez en un lugar distinto del escritorio del conductor, la biblioteca de la Casa Blanca, como parte un festival de innovación que culminó el segundo cuatrienio de Obama. El intérprete elegido fue Common. Si un espacio en la NPR es tan importante como una portada de Rolling Stone o un acto en Saturday Night Live —dijo el productor de R.E.M., Bertis Downs— es gracias en buena parte a los Tiny Desk Concerts.
Es por ello que estas presentaciones al natural, al desnudo, inquietan a los artistas —sobre todo a los dependen de la tecnología para complacer— mucho más que esos shows donde cada elemento es controlado y la parafernalia pesa más que el contenido. Es la clara diferencia entre ejecución y espectáculo. «No hay donde esconderse en los conciertos del Tiny Desk —explicó un productor—. Despojados del aparato escénico común, los músicos no tienen más remedio que confrontar la esencia de su arte» (Vox). Prueba de fuego por vía de la modestia y la exposición.
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A continuación, algunos de mis Tiny Desk Concerts favoritos.