Producto de casi dos años de investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016 en Estados Unidos, este documento podría contener información importante. ¿Qué ha resuelto hasta ahora el abogado y qué dudas persisten?
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No hay plazo que no se cumpla. Robert Mueller, el fiscal especial designado por el Departamento de Justicia para investigar la intervención rusa en la elección presidencial de 2016 en Estados Unidos, ha entregado su ansiado reporte.
El responsable del Departamento de Justicia es Bill Barr. Él deberá decidir qué partes del reporte llegarán a manos del Congreso y del público en general. A Bill Barr lo designó el presidente Donald Trump.
Tal vez más que ningún otro hecho, las acusaciones de colusión entre el equipo de Donald Trump y el Gobierno de Rusia —antes y después de la elección— han marcado de manera indeleble los primeros años de la administración del magnate neoyorquino.
Detrás de las acusaciones y la investigación hay, por supuesto, intereses políticos: son una expresión más de la lucha perpetua entre demócratas y republicanos. El affair probablemente ya redituó: el partido demócrata recuperó la cámara baja en las elecciones legislativas más recientes, realizadas en noviembre de 2018.
Pero hay también fundamento: en enero de 2017 (unos días antes de que Trump tomara posesión), la CIA, el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional declararon con convicción («high confidence») que el Gobierno de Rusia, por órdenes de Putin, desplegó una elaborada estrategia para incidir en las elecciones de 2016. ¿Los objetivos? Dañar la campaña de Hillary Clinton, socavar la confianza de la gente en el proceso democrático estadounidense y sembrar discordia. Distintas agencias rusas difundieron mensajes virulentos durante la elección, mediante redes sociales, y robaron a la campaña de Clinton y su partido miles de correos electrónicos, algunos de ellos comprometedores. El Gobierno saliente de Barack Obama impuso sanciones a Rusia por su injerencia, incluyendo la expulsión de 35 diplomáticos rusos.
El Kremlin y el propio Vladímir Putin han asegurado repetidamente que el Estado ruso no tuvo nada que ver con los ataques. El discurso oficial, sin embargo, ha cambiado. Si en un principio el Gobierno de Rusia negó categóricamente que su país hubiera participado de cualquier forma en el robo de los correos demócratas, en mayo de 2017 Putin sugirió que algunos hackers rusos de mentalidad patriótica (“patriotically minded”) pudieron haber conducido el ciberasalto (NYT).
La investigación sobre los posibles vínculos entre la campaña de Trump y el Gobierno ruso se remonta a julio de 2016. La inició el FBI, a cargo en ese momento de James Comey. Entre los indicios que detonaron la investigación está el famoso Trump-Russia dossier, un informe de inteligencia privada creado por Christopher Steele. En mayo de 2017, Trump despidió a Comey, tras diversos desencuentros. Comey duró en el cargo menos de cuatro años, cuando el periodo normal es de diez. Hay indicios importantes de que el despido obedeció al celo de Comey por la investigación.

Imagen del Departamento de Justicia
El FBI depende del Departamento de Justicia, que a la sazón estaba bajo el mando del fiscal general Jefferson Sessions, designado por Donald Trump. En marzo de 2017, el Washington Post reportó que Sessions se había reunido dos veces con el embajador ruso Serguéi Kisliak, en 2016, algo que el fiscal había negado bajo juramento. Por este motivo, Sessions debió abstenerse de participar en la investigación sobre Rusia. La responsabilidad recayó en el fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, quien a su vez nombró un fiscal especial: Robert Mueller.
Desde que inició la investigación, Mueller ha presentado cargos contra 34 personas y tres empresas. Entre los acusados están seis exasesores de Trump y 26 ciudadanos rusos. De esos seis exasesores, cinco se han declarado culpables.
¿Qué ha logrado probar la investigación?
Hasta ahora, la fiscalía especial ha evidenciado tres hechos importantes:
- Que Rusia o, cuando menos, ciertos ciudadanos rusos intentaron acercarse a la campaña de Trump y que ésta, a su vez, se mostró interesada, «[…] en parte porque Donald Trump había buscado un contrato inmobiliario en Moscú hasta antes de la asamblea republicana» (Time). El 9 de junio de 2016, Donald Trump Jr. y otros jefes de la campaña de Trump se reunieron con Natalia Veselnitskaya, una abogada rusa, «[…] para hablar de cierta información que incriminaría a Clinton, de acuerdo a un intermediario» (NYT). Ésta es la famosa Trump Tower meeting.
- Que, a fines de 2016 (cuando Trump ya lo había nombrado asesor de Seguridad Nacional), Michael Flynn habló con el entonces embajador ruso en Estados Unidos sobre las sanciones relacionadas con la intervención de Rusia; esto, tras preguntar a un alto mando del equipo de transición si debía referirse a las sanciones y en qué términos. «Algunos miembros del servicio de inteligencia aseguraron que [en esa conversación] Flynn había sugerido que las sanciones podrían retirarse una vez que Trump tomara posesión el 20 de enero [de 2017]» (The Guardian).
- Que, en tiempos de la campaña, el abogado de cabecera de Trump, Michael Cohen, pactó con el National Enquirer, un tabloide, a fin de ocultar dos escándalos sexuales de Trump (Time).
En la infografía de este artículo, el Washington Post precisa los resultados que ha alcanzado hasta ahora la investigación, cronológicamente y acusado por acusado. Equivalen a «[…] 290 páginas de documentos que detallan actos ilegales presuntos y admitidos». Cabe señalar (parafraseo al autor) que sólo una fracción de los crímenes cometidos por los estadounidenses que aparecen en la lista guarda relación directa con la campaña de Trump.
Es difícil saber si el reporte de Mueller añadirá información importante a la que ya se conoce. Los expertos en el tema buscarán en sus páginas las respuestas a una serie de preguntas pendientes. (Sigo, en la sección que viene, los incisos que intercala Quinta Jurecic en esta nota del New York Times; la cito y parafraseo.)
Las preguntas sin respuesta
Sobre Paul Manafort. El excoordinador de campaña de Trump es uno de los sospechosos de mayor jerarquía en la investigación. El 13 de marzo pasado fue condenado a siete años y medio de prisión, pero por delitos que no tienen nada que ver con la intervención rusa en las elecciones (salvo por el hecho de que Mueller los identificó durante su pesquisa). En el juicio, sin embargo, salió a la luz un hecho importante: como funcionario del más alto rango en la campaña, Manafort compartió datos de encuestas políticas con un socio vinculado a la inteligencia rusa. «Los abogados de Manafort revelaron esto accidentalmente, por un error de formato en un documento turnado […]» a la corte. «‘Nada huele a colusión tanto como esto’, dijo Clint Watts, investigador del Foreign Policy Research Institute, sobre el envío de los datos. ‘La pregunta es si lo sabía el presidente'» (NYT).
Sobre Michael Cohen y sus contactos en Rusia. De acuerdo a la investigación, entre noviembre de 2015 y el verano de 2016, el (ahora ex) abogado de Trump mantuvo comunicación con varios ciudadanos rusos —incluido, con toda probabilidad, el vocero de Putin, Dmitri Peskov— con el fin de promover la construcción de la Trump Tower en Moscú. «¿Qué tan involucrados estuvieron Trump y sus hijos en las negociaciones de la torre […]? ¿Sabían de los contactos entre Cohen y el Gobierno ruso, incluyendo los planes de una reunión entre Trump y Putin? ¿Alentaron esta comunicación?» De algo no queda duda: mientras el Gobierno ruso redoblaba los esfuerzos por inclinar la elección a favor de Trump, los mariscales del entonces candidato procuraban el proyecto inmobiliario (NYT).
Sobre la información contra Hillary Clinton. El 14 de marzo de 2016 o en una fecha cercana, George Papadopoulos, asesor de la campaña de Trump en asuntos de política exterior, se encontró en Italia con un profesor de origen maltés que parecía estar bien conectado con funcionarios del Gobierno ruso. El 26 de abril, aproximadamente, el profesor le dijo en Londres que los rusos tenían miles de correos electrónicos que podían manchar a Clinton. Además del asesor, ¿quién del equipo de Trump sabía que los rusos ofrecían esa información? En octubre de 2017, Papadopoulos se declaró culpable de mentir al FBI.

Foto del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos
La reunión de Donald Trump Jr. con Natalia Veselnitskaya, la abogada rusa, ocurrió menos de dos meses después. ¿Estaba Trump al tanto de que su hijo se encontraría con Veselnitskaya para hablar de otro paquete de información contra Clinton?
El pasado 24 de enero, Mueller acusó formalmente a Roger Stone, un exasesor de Trump que se describe a sí mismo como un sucio embaucador, de mentir, obstruir a la justicia y manipular testigos. Mueller cree que en el verano de 2016 Stone trató de hablar con WikiLeaks y «[…] se enteró de los planes de la organización de revelar información robada» (NYT). Según Michael Cohen, Stone informó a Trump que WikiLeaks planeaba publicar esa información. ¿Es cierto esto? ¿Actuaba Stone por su cuenta o en coordinación con el equipo de campaña? ¿Estaba al tanto Trump de lo que había averiguado su asesor?
Sobre la promesa de poner fin a las sanciones. En su conversación con el embajador de Rusia en los Estados Unidos, ¿habló Flynn a título personal o a nombre de alguien de mayor jerarquía?
El 13 de febrero de 2017, Flynn renunció al cargo de asesor de Seguridad Nacional en el Gobierno de Trump. Los medios lo acusaban de haber ocultado al FBI las pláticas que había tenido con el embajador ruso Serguéi Kisliak y de haber engañado a Mike Pence, el vicepresidente, al respecto.
En diciembre de 2017, Flynn se declaró culpable de mentir al FBI sobre las conversaciones con Kisliak.
Sobre la injerencia del Kremlin. Además de «cortejar», si no al propio candidato, a sus colaboradores, es posible que el Gobierno de Rusia haya querido «[…] reclutar agentes dentro de la organización y la campaña […]» de Trump. ¿Fue así? ¿Cómo reaccionó el equipo de campaña a estos acercamientos? ¿Correspondió? ¿Atribuían los gestos a la autoridad rusa directamente o a ciudadanos rusos inconexos?

Foto de la Oficina del Presidente de Rusia
Sobre la obstrucción a la justicia. Muchos de los actos del presidente Trump en relación con la investigación rusa podrían ser interpretados como intentos de obstaculizar el ejercicio de la justicia: de acuerdo a un testimonio escrito, exigió o, cuando menos, pidió lealtad a Comey, cuando éste dirigía el FBI y la pesquisa; le preguntó también si podía ocuparse de que Michael Flynn fuera eximido; lo despidió; trató de impedir que Sessions se abstuviera de participar en la investigación, le pidió que diera marcha atrás cuando al fin se recusó; «[…] exigió y obtuvo su renuncia […]; ordenó dos veces que despidieran a […] Mueller», etcétera (Brookings). ¿Podrá el fiscal especial demostrar que estos actos constituyeron obstrucciones?
Para que este aparente modus operandi cobre verdadero peso tendrían que resultar ciertas las sospechas del complot directo entre Trump y Putin o su Gobierno. Al menos en términos de percepción, no es lo mismo obstruir un proceso infundado que uno validado por los resultados.
Trump ha negado una y otra vez que hubiera colusión. ¿Por qué entonces ha tratado de descarrilar la investigación, o así ha parecido?
Previsiones
Diversos especialistas piensan que Mueller no presentará un armatoste. Será, más bien, un documento conciso, «[…] un ‘resumen’ de lo que encontró». Con base en él, Barr deberá preparar un segundo reporte y lo entregará al Congreso. «La normativa habla de que es necesario que la gente confíe en los procesos judiciales e incluso prevé la publicación del reporte […]» de Barr (NYT). El 14 de marzo pasado, el Congreso exigió mediante una votación que el Departamento de Justicia haga público el reporte de Mueller, salvo por aquellas partes que por ley no deban darse a conocer. La resolución, sin embargo, no es vinculante, y es posible que la cuestión de revelar o no el documento sea objeto de litigios. Las filtraciones podrían estar a la orden del día.

Imagen de Time Magazine, 2 de enero de 1950
Mueller ha sacado a la luz hechos significativos. No ha probado, sin embargo, que algún funcionario de la campaña de Donald Trump, mucho menos el propio Trump, ayudara al robo o la distribución pública de los correos de Clinton, un acto que equivaldría al crimen de conspirar con una potencia extranjera hostil para minar la democracia del país (The Christian Science Monitor).
¿Habrá evidencia en el reporte de Mueller que muestre esa participación en el robo y la difusión de los correos, o al menos que apunte rotundamente en tal dirección? (Casi) nadie lo sabe. Puede ser que el fiscal especial entregue una bomba política. O puede ser, como suponen muchos, que el reporte solamente dé lugar a otras investigaciones. Ya sea porque contiene indicios suficientes o porque el Congreso —y en particular la Cámara de Representantes, en manos demócratas— así lo decidiera. Como explica Neal K. Katyal, «el Congreso no aceptará que no se cometieron faltas conducentes a la destitución [de Trump] cuando las atribuciones de Mueller no abarcaban muchas faltas conducentes a la destitución, y cuando su reporte no ofrece información y respuestas suficientes sobre las ofensas que sí corresponden a sus atribuciones».
En mi opinión, si el reporte no contiene ese material explosivo, es muy poco probable que otras investigaciones den con él. Robert Mueller es un viejo lobo de mar que ha contado con el tiempo y los recursos financieros, humanos y de inteligencia necesarios para llegar al fondo del asunto. Ninguna otra pesquisa podrá igualar esas condiciones. Los avances importantes serían obra de los años, la fortuna o el genio solitario.

Giphy
La ausencia de grandes revelaciones en el informe, ¿significaría que Trump y su equipo son inocentes? No necesariamente. Si, en efecto, hubo una conspiración, ni los agentes de Trump ni sus cómplices en Rusia se habrían cruzado de brazos mientras Mueller trabajaba. Al contrario, lejos de investigar un sistema pasivo, el fiscal habría sido la parte más visible de una guerra de inquisición y contrainquisición, de búsqueda de evidencia y destrucción de pruebas, de confesiones hechas y secretos guardados, de veracidad y engaño.
O los acusados fueron, simplemente, cuidadosos: nunca hablaron de más y borraron bien sus huellas.
Y cabe, por supuesto, la posibilidad de que no hubiera conjura, al menos no entre Trump y los rusos, de que todo fueran suposiciones: el teatro político e hipermediático donde, bajo la apariencia de un elenco de conspiradores, detectives y espías, se debatían, como lo han hecho desde hace siglos, dos sistemas de intereses, valores y creencias, las dos cargas cambiantes de una misma entidad, el azul y el rojo.
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Foto de Jeff Carr