El cielo sobre Oaxaca

(Una versión más breve de este ensayo apareció originalmente en Nexos.)

En este espléndido corto de Ángeles Cruz, un hombre de campo y una anciana peregrinan. ¿Van camino de un desfiladero o de la salvación? Ambas cosas.

Arcángel, de Ángeles Cruz, también disponible en FilminLatino. Recomiendo ver el corto antes de seguir leyendo.

Condena

En este cortometraje, Arcángel lleva a Patrocinia a la ciudad de Oaxaca para buscarle lugar en un asilo. Él es un campesino de unos cincuenta años. Está perdiendo la vista. Patrocinia, una anciana que no puede caminar. Vienen de una pequeña comunidad en la sierra. Arcángel es el recuento de las dificultades que enfrentan en este viaje. Los criterios de admisión, que excluyen a la gente incapacitada. La Babel de la papelería burocrática. La apatía de quienes los atienden. El favoritismo. La pobreza, sobre todo, que es lo que orilla a Arcángel a procurar el albergue y complica como un nudo en los tobillos cada paso. Duermen en la estación de autobuses. Les regalan comida. Solamente los perros callejeros —entrevemos en un cuadro— sufren mayores penurias.

Todas las imágenes provienen de Arcángel (Ángeles Cruz, dirección y guion; Lola Ovando, producción ejecutiva; Carlos Correa, dirección de fotografía; César Palafox, dirección de arte; con Noé Hernández y Patrocinia Aparicio; Imcine, México, 2018).

Pero más allá de esta dermis argumental, el corto es una íntima exploración de los lazos entre Arcángel y «Pato». Al campesino y la mujer los aglutina como muégano un amor de madre e hijo. Para ir de un lado a otro, Arcángel la lleva a cuestas. Cuando bajan del autobús, cuando van de la estación hasta la casa hogar en la iglesia principal, cuando vuelven a la estación para pasar ahí la noche, invariablemente carga con ella sobre la espalda. Se vale de un rebozo, la envuelve en una cobija. Si la anciana desciende de esa suerte de refugio es sólo para comer del taco que él le da afuera de una casona, al ras de la banqueta. Ni siquiera en el área de oficinas del asilo se separan. Se la queda en las piernas, para así levantarla de nuevo en brazos. Sabemos que en el campo, los mercados, las calles, el rebozo se emplea como un segundo vientre. Cavidad de protección, de abasto, de sostén. El de Arcángel también lo es, aunque de signo inverso. Biológicamente, porque aquí quien aloja y preserva la vida es un hombre. Generativamente, porque el hijo contiene a la madre. Cronológicamente, porque ella es vieja.

Arcángel trae a cuestas a «Pato», con ayuda de un rebozo.

El periplo responde a una obligación moral, pero no solamente. Arcángel y Patrocinia se tratan con sumo afecto. «¿Te lastiman tus ojitos?», le dice cuando la desembaraza por primera ocasión, cuando la da a luz y el sol la deslumbra. «¿Estás bien, Patito? […] ¿No estás enojada conmigo? […] ¿Por qué no me quieres ver?», le pregunta en el piso de baldosa de la estación, mientras esperan la noche y él revisa la hoja de requisitos y le acaricia el pelo. «No, tú no te vas a morir», afirma desolado, cuando ella se niega a comer porque teme el abandono. Y así también siempre que ella le habla, en una voz reducida hasta la dulce médula.

Exploración de los lazos, y crónica de su fin. Recorrer Arcángel es atestiguar una gradual separación. Si en el primer tramo del cortometraje hijo y madre, reales o putativos, se aglutinan, en el tramo siguiente ella transita del vientre al exterior y ahora viaja en brazos o, la mayoría del tiempo, sobre ruedas. Arcángel se hace de una carretilla (¿el sucedáneo de una carriola?) y con ella conduce y pasea a Patrocinia. El cortometraje entra aquí en una fase feliz, de modesta esperanza. Arcángel por fin consigue que la persona a cargo entreviste a la anciana. Para celebrar, se acercan a una pequeña verbena, una procesión de bodas con mojigangas, baile y música (la orquesta que toca ahí es la misma que da el score a la película: Pasatono). Arcángel la anima. Patrocinia está contenta. La estampa de una anciana circulando mansamente en un diablito de carga tiene acentos cómicos y tanto la cineasta, Ángeles Cruz (Villa Guadalupe Victoria, Oaxaca, 1969), como los actores saben valerse de ellos, siempre con delicadeza, para añadir al filme una capa lúdica.

Patrocinia en su diablito.

Falsa ilusión. En la escena que sigue a la verbena, Arcángel, con la carretilla y Pato por delante, sale enojado de la entrevista. No ha sido admitida. El último tramo, puede adivinarse, es el de la separación. Lo precede una noche de insomnio y perplejidad, en los baños, los pasillos, las salas de la estación. Si desea ayudar a Pato, si quiere darle alguna oportunidad, tiene que abandonarla. Es una apuesta arriesgada. Bien podrían no darle ingreso, hacer los burócratas y las enfermeras la vista gorda, dejarla desmoronarse a las puertas del asilo, bajo la lluvia y el sol, polvorón de cacahuate. Sabemos que Arcángel quiere a Patrocinia. Debe de estar hundido en la desesperación, no ver rumbo en la pobreza, temer mucho a la ceguera. Y la deja. Como a Moisés su madre. Se da vuelta con el diablito y se va. En Arcángel asistimos a una forma benigna de expositio. Desamparar para salvar.

Y es ahora solamente, cuando para Patrocinia resulta más difícil, cuando él más lo necesita, que los roles giran y se normalizan. La escena es muy íntima: un primer cuadro callado y prolongado en el que apenas caben los dos rostros encontrados y un aspecto de la iglesia. Arcángel le acaricia la cabeza, como si esperara algo, y ella por toda respuesta alza la mirada y le da la bendición, un gesto materno y religioso que hasta el más escéptico de los hijos procura. Arcángel besa la cruz de piel curtida y huesos. Luego, como si esto fuera parte de un ritual propio, Patrocinia procede a imponerle las manos, manos imprecisas, flacas, requemadas, húmedas. Las descansa en Arcángel, cubre con ellas los ojos vacilantes, casi ciegos, y las deja obrar ahí, mientras lo mira y se duele. Arcángel sale del cuadro. La secuencia cierra con un plano abierto. Ella se alcanza a ver en el ángulo inferior izquierdo. Él camina hasta desaparecer en la esquina opuesta.

Al final de la cinta, Arcángel pierde la vista. La primera escena lo había anunciado (textualmente, mediante un comercial radiofónico). Ésta, espejo trastocado de aquélla, lo cumple. Solo en el autobús, Arcángel tiene los ojos rojos y líquidos. ¿El dolor o la ceguera? Tal vez no haya diferencia. Se los frota una y otra vez, pero de poco le sirve. El paisaje de comercios modestos sigue borroso, inestable. Podemos ver cómo el miedo le atraviesa el semblante con un revés. El paneo de la calle mediante la ventana del autobús se disuelve en blanco. Créditos.

Arcángel no tiene un final feliz, al menos no en apariencia. Ella se ha quedado sola a las puertas del asilo y él parece haber cruzado el umbral de la ceguera. La lectura literal del corto es desoladora. Vejez, pobreza, enfermedad en famosa conspiración. Pero uno no sale de la película entristecido. La directora consigue retratar una condena, la que ya hemos comentado, y sugerir a la vez una salvación. Arcángel es el hijo, el «chico» que se echa a la espalda a la nana, la «abuelita», e intenta ayudarla. Pero en él también encarna un enviado.

La primera escena.

Redención

El cortometraje empieza con una alternancia de luz y sombras, un claroscuro que da pie a la cortinilla del título —toda negra salvo por la tipografía en blanco— y a una toma del vidrio del autobús, luminoso, que la mano de Arcángel procura despejar, como si quisiera barrer la claridad. A continuación Arcángel mira a su derecha, abajo, en un sondeo afectuoso, benévolo, de Pato. Luego se apea del autobús, con la anciana a cuestas. El sentido del desplazamiento es claro: de la luz intensa al suelo, de arriba abajo. De acuerdo a esta procedencia, Arcángel busca levantar. Asegurada en su espalda, sentada en su regazo, abrazada a su cuello, Patrocinia rara vez tiene que tocar el suelo. Solamente para comer, para dormir, para responder a las necesidades básicas del cuerpo, se planta en la tierra. Arcángel portador le comunica su índole aérea.

La forma estratificada de la cinta se nota de nueva cuenta cuando Arcángel y Pato descienden aún más. El piso de oficinas del asilo, un lugar de castigo (por las filas, por el abarrotamiento, por el calor, pero sobre todo por lo que anticipa), es una cámara oscura, encerrada, al parecer subterránea: catacumba. Esperar turno ahí, padecer negativas y malos modos, obtener los documentos para un trámite kafkiano, pernoctar en las salas de la estación, tener apenas qué comer, todo esto será un pequeño infierno. Para atravesarlo, Arcángel sube a la anciana en un diablito. Está además el flagelo de la culpa, de la postración, del miedo. También son infraterrenos la verbena, la música y el baile, la risa, la posesión, las fuerzas en fin que logran distraernos de la desdicha.

En la pequeña verbena.

En Arcángel, la ceguera, las alturas y la luz blanca e intensa guardan íntima relación. Siempre que el cortometraje representa la visión borrosa del campesino, por lo general con tomas fuera de foco y movidas, aparecen las alturas y la luz. En la toma inicial, el paisaje difuso que ofrece la ventana y que Arcángel no consigue despejar con su mano es brillante e incluye el cielo. Resulta de una perspectiva ascendente que excluye a propósito todo lo que está abajo. Dicho de otra manera, la cámara se ocupa solamente del estrato superior. El protagonista además levanta la barbilla y la mirada, por cierto bañada en sol. La radio del autobús anuncia remedios para la vista. Más tarde, tras mucho andar, llegan a donde querían. Arcángel mira la placa que identifica la entrada, puerta secundaria de un gran edificio colonial. Una vez más, las tomas fuera de foco. Una vez más, la perspectiva ascendente y el resplandor (producto seguramente de la incidencia del sol en la lente).

La tríada se forma otra vez —y alcanza su mayor voltaje— en la estación, cuando la casa hogar ha rechazado definitivamente la solicitud de ingreso. Arcángel y Patrocinia pasan la noche en el piso de la estación, un cartón de por medio y apoyados contra el muro. Ocupan el hueco que hay entre la taquilla y un altar prendido con floreros a los lados, al pie algunas veladoras de flamas recogidas. Ella duerme, la cabeza apoyada en el hombro de Arcángel. Él no puede. Cavila. ¿Qué van a hacer ahora? Nuevo plano. La toma se ha concentrado en el rostro de Arcángel. Su piel refleja las luces del altar. Preocupado, mira arriba. Sigue un encuadre difuso de la encendida, elevada, vitrina y, en ella, la figura piadosa. Ésta es tal vez la imagen más colorida del corto.

Pero más importante aún es la escena posterior. Ocurre en el baño de la estación. La cámara, inmóvil, muestra al campesino al fondo, de espaldas, fuera de foco, bajo la luz intensa de un tubo de halógeno. Se sube el cierre, gira, camina hacia la lente, se detiene. Súbita transformación. El hombre que orinaba, pequeño del otro lado del cuarto de azulejos, crece frente a nuestros ojos. Ocupaba la parte inferior de la imagen. Ahora el encuadre, en ángulo ascendente, apenas puede abarcarlo. La cabeza, dominante, rebasa el margen superior. La luz lo recubría. Ahora él es la fuente de luz. Sigue afligido, angustiado, pero en la boca, en el ceño, fragua determinación. Se vuelve ora a la sala, donde espera Patrocinia, ora al frente. Ha decidido qué hacer. La claridad sobre uno y otro hombro prefigura unas formas familiares: alas blancas. ¿Es necesario traer a colación el nombre del personaje? Sólo ahora la corriente religiosa del filme, lentamente acumulada, se despliega a sus anchas, como tormenta eléctrica que aguardaba su momento.

Por todo esto, justamente, el final no entristece. O entristece y al mismo tiempo reanima. De vuelta en el autobús, ya sin nana Patrocinia, Arcángel está abatido. Lo miramos muy de cerca y un poco hacia abajo. Ha de sentirse pequeño. Sin embargo, ahora ya sabemos con qué se asocian la luz fuerte, la ceguera, las alturas. Son atributos, anuncios del estrato celeste. Y ahí está la tríada, sin lugar a dudas: el pavor repentino de no poder ver nada; la ventana borrosa, iluminada de inmenso; los atisbos y la toma ascendentes. La ceguera de este corto es blanca. Arcángel no se hunde en las tinieblas. Sube a la luz. Descendió con una misión. Ahora vuelve.

Colofón

Patrocinia es, en cierta medida, Patrocinia Aparicio, la actriz que la representa. Patrocinia Aparicio ya había participado en dos cortos de Ángeles Cruz: La tiricia o cómo curar la tristeza (2012) y La carta (2014). En 2014, su salud vino a menos. Mediante un vecino de la localidad, la cineasta se encargó de que recibiera a diario comida. En 2015 Ángeles Cruz supo que Patrocinia estaba mal. Intentó sin éxito que el Gobierno local interviniera, que alguien de Villa Guadalupe Victoria la cuidara, con cargo a ella. Tan pronto como pudo, viajó a verla. «La limpié, la subí a mi carro y la llevé a la clínica que tiene mi hermana en Oaxaca, y ahí la atendieron durante tres meses.» Lo que siguió fue un vía crucis en busca de una casa para ancianos. Dilataron medio año. Patrocinia llegó a decir que ya se quería morir (revista Proceso).

Ángeles Cruz sabe que el objeto de un artista no es él mismo: es la obra. ¿Cómo plasmar de la forma más devota posible los hechos de esta odisea, cómo dar fe de lo acontecido, de la secuencia de cosas que ocurrieron, de los sentimientos de impotencia, miedo, piedad, enojo, apego, culpa, desamparo, alegría que la ataban a Pato sin ejercitarse en el narcisismo? El filme debía tratar no de Ángeles y nana Patrocinia, sino de un(a) benefactor(a) y nana Patrocinia. No de la cineasta y sus afanes, sus apegos, sus lazos con Patrocinia, sino de los afanes, los apegos, los lazos respecto de la anciana. Ángeles Cruz incorporó a su producción cuanto pudo de la vida, de la experiencia real, y se negó a sí misma (otro elemento, me parece, de la tradición cristiana). Echó mano de la verdad —de la persona y la historia de Pato, pero también de la orquesta que aparece en la verbena, de otros varios no-actores, de la estación de autobuses, de las calles, la gente, el paisaje oaxaqueños— y entregó a Noé Hernández su nombre y poco más en un morral de lana para que el personaje, Arcángel, los usara. Ángeles es la mirada (y lo que queda de ella en Arcángel), no el objeto.

Ángeles Cruz examina una toma. Nudo mixteco (2021), su primer largometraje, recién obtuvo el Canvas Award a la mejor película en el MOOOV Film Festival de Flandes.

Hay ideas con buena estrella, mociones del ánimo que traen en sí, como una semilla viva, el designio de la flor y la fronda. La de Arcángel, me parece, ha sido una de ellas. Todo en esta película parece acoplarse naturalmente y funcionar: el principio ordenador de Ángeles Cruz y la cinematografía de Carlos Correa, elegante y cargada de sentido, como ya hemos visto, pero también la actuación magistral de Noé Hernández, que produce un personaje de amplio espectro, un vástago protector, preocupado, delicado, un guardián de la vida y el bienestar de la anciana, pero también un guerrero, un espíritu celeste que empuña sin desenvainar; la presencia redentora, dulce y arcaica de señora Patrocinia, que supo invocar para el cortometraje su calvario personal; la sentenciosa música de la orquesta Pasatono, que se escucha solamente en unas cuantas escenas, para tensarlas aún más, pero que se ilumina bellamente en un trino ascendente de guitarra justo para propiciar la lectura trascendental que he procurado glosar; la honda raíz popular, no un afán etnográfico, ni entusiasmo folklorista, mucho menos un plató de souvenirs, sino raíz: lo que viene de dentro. Arcángel es México o, cuando menos, un México.

Noé Hernández y Patrocinia Aparicio en el cartel del cortometraje.

Arcángel obtuvo el premio del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (2018), el Ariel (2019), el Prix Révélation en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse (2019), la Mención Especial en el Sardinia Film Festival (2019) y el Premio al Mejor Corto de Ficción del Ismailia Film Festival de Egipto (2019). También fue el mejor Cortometraje Internacional en el Enfoque Film Festival de Puerto Rico (2019) y el mejor cortometraje narrativo dramático en el Cinequest Film & Creativity Festival de San José, California (2019). Patrocinia Aparicio y Noé Hernández recibieron premios por sus actuaciones en el Enfoque Film Festival.

Arcángel merece más: figurar alto en la historia de la cinematografía mexicana.

·

Arcángel con Patrocinia en el regazo.

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