(Texto publicado originalmente en Luvina)
·
Quien se encierra —iniciemos por lo obvio— evita el contacto humano. No es alguien que esté solo, no es el hombre que desea compañía en un café: es alguien que facilita su aislamiento. Considera vana, innecesaria, imposible o indeseable la convivencia con otros. Vana si no puede darle lo que busca. Innecesaria si no precisa nada de ella. Imposible si es incapaz de crear lazos. Indeseable si ve en ella algún riesgo.
Entre los detonadores del encierro sobresale la pérdida. Tras una separación o tras la muerte de una persona amada, el encierro constituye una confesión: nada de lo que la realidad me ofrezca llenará este vacío. Correspondientemente, nada tengo que ofrecer a la realidad, pues he quedado hueco. El vacío vuelve vana la relación del sujeto con los demás. Si no es posible tener a esa persona, mejor romper relaciones, extirparse, renunciando de paso a vínculos secundarios cuyo potencial ha sido ya puesto en duda por aquella pérdida y que, de procurarlos, por mera comparación resultarían dolorosos.
El encierro es también una forma primitiva de lidiar con el dolor, un intento de suicidio. Si el mundo no puede verme, si me escondo, dejo de ser. Desaparezco del mundo, y conmigo mi dolor. El encierro es enojo. El evasor es el niño que se aleja de su madre porque ésta regaló su juguete predilecto, y no le habla. Aborrece la vida, que lo ha despojado. Resiente asimismo que la gente cercana pretenda comprenderlo. Quien se encierra considera que nadie puede entender su pérdida, y tal vez tiene razón.
En la literatura, un ejemplo notable de este encierro lo encontramos en «Careful», el cuento de Raymond Carver. Lloyd no busca el consuelo ni la asistencia de otros tras su separación de Inez: se aísla. Un rompimiento puntual e involuntario —el de su matrimonio— trae consigo uno más, general y voluntario. Apartado, se pregunta cuándo lo irá a ver su ex mujer, y al mismo tiempo evita cualquier otra relación. Sale de su apartamento solamente para hacerse de alcohol. El personaje no entiende que se encuentra encerrado. Supone que necesita estar solo, simplemente, y que actúa en consecuencia. Sin embargo, el espacio que describe el narrador es sofocante: los techos se inclinan pronunciadamente, Lloyd tiene que inclinarse para ver por las ventanas, y doblar la cabeza al caminar; estufa y refrigerador son una cosa pequeña incrustada entre un muro y el fregadero: él se agacha, hasta casi ponerse en cuclillas, para sacar su bebida. Los espacios se cierran sobre el protagonista. A una pérdida como ésta y al retiro que sigue, parece corresponder una sensación de confinamiento.
Seguir leyendo en el sitio web de Luvina
Bajar el PDF (página 39 de Luvina 60)
Hola, en mi clase estamos leyendo Anatomía de La Feria. Seria un honor que nos acompañaras en una charla colectiva sobre tu libro entre mis estudiantes y tú, son aproximadamente 20 quienes lo leyeron. Dejo mis datos por si gustas indagar o cuestionar.
Me gustaLe gusta a 1 persona