El libro
Cenizas de mi padre, Casa Juan Pablos, México, 2008.
El título se refiere a cuando menos tres cosas: 1. los restos físicos del cineasta, deportista olímpico y caricaturista Alberto Isaac que Claudio, su hijo, lleva a nado mar adentro para ahí depositarlos; 2. los recuerdos que el escritor conserva de su padre, residuos de otra clase, más sutil, mnemónica, dispersos no en el agua sino a lo largo de las páginas; 3. el propio autor del libro, que se somete aquí al más duro ejercicio de autoexploración, se reduce a cenizas, cenizas de su padre, para renacer de ellas —en el mejor de los casos—. La misma estructura es cenicienta: fragmentos sintácticos que se alternan sin cesar y que, como los de un cuerpo, se esparcirán al final. Este libro es una urna de papel. Los lectores son el mar en que Claudio la vacía. Convergen la narración, el ensayo a la Montaigne, que no conoce membranas entre la objetividad y la subjetividad, y la forma confesional, como flagelo y como expiación. En Cenizas de mi padre toman turnos el road trip, con un Alberto Isaac joven que se embarca en un viaje hasta Ohio, en compañía de otros nadadores, para participar en un abierto nacional; la Bildungsroman, pero una de signo trunco, la del hombre introspectivo cuya edificación, como la de algunos templos, nunca acaba; el diario, que produce un espacio íntimo, de sinceridad y de verdades elusivas; la poesía; la imagen…
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